En la serie Lagos, Miler Lagos convierte el agua en materia escultórica. Cada pieza nace de una operación, en apariencia, simple: verter resina líquida sobre papel de algodón arrugado. En este gesto se condensa una reflexión sobre la geografía mínima y la capacidad del agua para adoptar cualquier forma que la contenga.
Los pliegues del papel evocan el relieve montañoso de los Andes, las depresiones generadas por el artista crean cuencas que recuerdan el nacimiento de lagos y lagunas en los páramos. Al endurecerse, la resina solidifica ese instante líquido, fijando el gesto, el accidente y la huella.
La serie explora la transición entre los estados de la materia (de lo líquido al sólido, de la expansión a la contención, del movimiento al reposo) y pregunta qué significa dar forma a lo inasible. En esta serie el agua es símbolo de la vida y la memoria de un paisaje que resiste, se adapta y se transforma. Pero la obra se sostiene sobre una contradicción deliberada: la pureza que evoca el agua queda atrapada en resina epóxica, un polímero plástico. Esa fricción entre lo natural y lo artificial recuerda que toda representación del paisaje está mediada por materiales que, paradójicamente, también pueden amenazarlo.
