Caramelos artesanales e industriales se exhiben como si fuesen esmeraldas o diamantes, son catalogados por dureza, transparencia, brillo y tono, tal como lo dicta la gemología. Al convertir azúcar coloreada en “piedras” de museo, la obra interroga la pulsión que nos lleva a desear, adquirir y atesorar.

Esta primera etapa reúne dulces de distintas regiones cuyo aspecto remite a gemas o minerales. Su rareza es puramente aparente, pero basta para detonar fascinación y valor, igual que ocurre con las piedras preciosas, cuya importancia cultural excede cualquier propiedad física. La pieza desplaza así la lógica del lujo hacia un material frágil y efímero, evidenciando la construcción social del deseo y preguntando qué, en realidad, nos atrae de lo que brilla