A los 40 años fui consciente de dos cosas. La primera, que siempre fui una mujer obediente; la segunda, que ya había vivido la mitad de esta vida. Reconocidas estas dos verdades encontré en la pintura un camino existencial y práctico para los siguientes años por vivir. Dibujo desde que tengo memoria y tuve la suerte de encontrar en mi camino en el momento justo amigos artistas que me animaron y dieron luces para atreverme a ir mas allá del dibujo. Pintar al óleo por puro instinto me llevó a descubrir una voz propia que reforzó las ideas que exploro desde entonces. Mi tema es la mujer y sus representaciones posibles, lo que supone un universo en expansión. Estados de ánimo, sentimientos y lugares comunes hacen parte de mi exploración. El concepto busca en lo ontológico y en cómo las cosas se relacionan entre sí para analizar mi propia manera de ver y desafiar lo que el mundo propone como cierto, válido o bello. El ser, la identidad, el individuo, el otro, son mi motivo. Mi trabajo está fuera de la tradición establecida del retrato, no se enmarca en la figuración hiperrealista, ni tampoco hace crítica social o ambiental. Lo mío es más bien atmosférico y teatral. Está conectado con lo subjetivo y se beneficia de la obra previa de pintores que dejaron en mí una impresión. No subvierto ninguna tradición y tampoco desafío las expectativas de mi medio. Mi trabajo se nutre de mis limitaciones; idear mi propia versión distingue lo que propongo. La pintura es un oficio que empecé “tarde”, justo a tiempo para no ser nunca una artista joven. Me parece increíble poder buscar dentro de la creación y materializar.